Antonio Garamendi, presidente de CEOE, cuando hoy opinaba sobre la reducción de la jornada laboral se lanzó al ruedo con este esperpento de frase, «El gran drama que tenemos en este país es la actitud. […] ¿Tu crees que Carlitos (por Carlos Alcaraz, el tenista) trabaja 37,5 horas a la semana?» Comparar el esfuerzo y «ganas de trabajar» de figuras del deporte, de la música, el cine, o teatro, con un trabajador por cuenta ajena cuya actividad y condiciones se rigen por un convenio colectivo, por el que tiene y rebasa unos horarios, bajo un salario determinado es una total falta de respeto hacia los trabajadores.
En España no faltan ganas de trabajar. Sobran. Millones de horas extraordinarias no pagadas, contratos encadenados como grilletes modernos, sanitarios que se dejan la piel en hospitales y temporeros que aceptan condiciones indignas en el campo. Lo que falta, más bien, es hacer el trabajo bien: planificar, organizar, respetar, dialogar y transaccionar. Es dar con el martillo en el clavo. Y ahí es donde Antonio Garamendi, presidente de la CEOE, ha demostrado cómo se trabaja mal: dando un golpe de martillo tan torcido que terminó ofendiendo a toda la España asalariada con una sola frase: “los españoles no quieren trabajar”.
Garamendi es el pasado
Garamendi habla por un país que ya no existe. Su “mucha gente” es un fantasma: una fabulosa excusa para enturbiar el debate sobre la reducción de la jornada laboral. La conflictividad laboral está en mínimos históricos, hay trabajadores que aceptan renunciar a pagas extra para sostener a sus empresas y, pese a ello, él decidió “trabajar” con un rebuzno, con perdón, en vez de con datos. Si ser presidente de la CEOE significa algo, debería ser representar a empresarios de verdad, con rigor y visión de futuro, no soltar exabruptos a micrófono abierto.
El contexto: jornada laboral y cultura del esfuerzo
Las frases de Garamendi se produjeron en medio del debate sobre la reducción de la jornada de 40 a 37,5 horas semanales. El Congreso había tumbado la propuesta del Gobierno tras el bloqueo de PP, Vox y Junts, y la patronal aprovechó para insistir en su viejo mantra: “trabajar menos es un error”.
Para reforzar su argumento, recurrió al ejemplo del tenista Carlos Alcaraz. “¿Tú crees que Alcaraz trabaja 37 horas y media a la semana? No. Es la cultura del esfuerzo…”. El símil es absurdo: el tenis de élite no se parece a la hostelería, la limpieza, la logística o la sanidad. El trabajo allí, no es un deportes de exhibición, sino un día a día en sectores mal pagados, con jornadas interminables y con una montaña de horas extra no remuneradas.
Una acusación falsa además de injusta
Decir que los españoles no quieren trabajar es negar la evidencia: España está entre los países europeos con más horas extraordinarias sin retribuir. Si se pagaran todas, el trabajador medio ingresaría hasta 8.000 euros más al año. ¿Se puede hablar de falta de esfuerzo cuando la gente regala parte de su vida a empresas que no lo reconocen?
El problema no es de actitud. Lo que falta son condiciones dignas: contratos estables, sueldos que alcancen para alquiler y comida, perspectivas de futuro. Lo que sobra son discursos culpabilizadores desde despachos blindados.
El verdadero problema: un empresariado débil
El déficit está en la cualificación del empresariado. Muchos de los que se llaman “empresarios” son en realidad rentistas que viven de alquileres abusivos o de reventa, otros sin reinvertir en innovación ni en formación. Brilla por su ausencia la gestión moderna de proyectos, el pipeline empresarial (la gestión del cambio continuo o adaptación), la colaboración universidad–empresa o la inversión en FP dual son la excepción, no la regla.
España sigue rezagada en I+D+i, digitalización y gestión del cambio. Faltan clústeres regionales empresariales que con proyectos claros permitan planificar la red eléctrica y ferroviaria, o tantas otras cosas, faltan planes de formación a medida, falta cultura de organización y de escucha dentro de las empresas. A menudo se sigue funcionando con el ordeno y mando, con estructuras jerárquicas rígidas y poco espacio para la iniciativa de los trabajadores. Dicho de otro modo, en las empresas españolas, salvo excepciones no fluye apenas información de abajo hacia arriba. Del trabajador hacia la directiva. Eso sí es trabajar mal: no planificar, no escuchar, no organizar.
Garamendi: Trabajar mal es…
- Trabajar mal es negar la montaña de horas extra no pagadas, en algunos casos se ganaría hasta 8.000€ más al año.
- Trabajar mal es ignorar que aprendices mal acompañados y sin invertir en formación, acaban en estadísticas de alta siniestralidad laboral.
- Trabajar mal es idealizar al temporero extranjero que acepta condiciones extremas para sobrevivir unas semanas y luego, a veces, es abandonado en la puerta de un hospital tras un accidente grave.
- Trabajar mal es olvidar que en sectores tecnológicos no se arriesga la vida. Nadie ha muerto por exceso de presión en una base de datos…. Pero en el campo, la obra, o la carretera sí, y muchas otras tareas la espalda o cualquier otro aspecto de la salud.
- Trabajar mal es ofender a millones de asalariados en un debate tan delicado como la jornada laboral y en un contexto en que, se pide moderación en las subidas salariales, pese al crecimiento general de los beneficios en las medias y grandes empresas, más la mejora general del PIB.
- Trabajar mal es seguir con los salarios estancados, y los precios disparados
Durante los últimos siete años, los trabajadores españoles han visto cómo su poder adquisitivo se desplomaba. Se trabaja igual o más, pero se compra menos. Los beneficios empresariales (sobre todo eléctricas, banca, energéticas) baten récords, mientras las familias viven con el agua al cuello. Y en este marco, culpar a los trabajadores de falta de actitud es insultante.
Entretanto los beneficios empresariales en España han tenido un crecimiento del 64% entre 2018 y 2023 y alcanzaron niveles récord de márgenes empresariales en 2023. Este aumento se concentra especialmente en sectores como energía, turismo y servicios.
Una retórica que divide
En realidad, lo que esta retórica empresarial pretende ocultar es un hecho contundente y es que la productividad por trabajador ha crecido exponencialmente en el último siglo. A comienzos del siglo XX, hacia 1900, un obrero medio trabajaba más de 60 horas semanales y apenas podía sostener con su salario una familia en condiciones de subsistencia. La mecanización industrial y la electrificación permitieron en la primera mitad del siglo XX (digamos ya hacia 1950) que la productividad por asalariado fuese varias veces superior, lo que hizo posible conquistar la jornada de 40 horas y el reconocimiento de las vacaciones pagadas sin hundir la rentabilidad de las empresas.
Hoy, en 2025, con la revolución digital, las telecomunicaciones globales y el despliegue de la inteligencia artificial, cada trabajador aporta un valor agregado impensable hace apenas una generación. Nunca antes se produjo tanto con tan pocos recursos humanos directos (y con bastante menos energía e insumos que antaño). Y sin embargo, en lugar de traducirse en más tiempo libre, mejor salario o seguridad, este salto histórico se presenta como una amenaza, y se acusa al trabajador de “querer trabajar menos” cuando lo que pide es coherencia entre lo que produce y lo que recibe.
Un sueldo que cuestiona la equidad hacia los trabajadores
Que esta lección venga de alguien que cobra alrededor de 400.000 euros al año por dirigir la CEOE roza lo controvertido. Garamendi, con una trayectoria en negocios familiares y en la presidencia de asociaciones empresariales como CEPYME y la Asociación de Jóvenes Empresarios del País Vasco, nació por tanto en una “buena cuna”. Actualmente como un portavoz de intereses patronales establecidos más que como un empresario innovador o creador de riqueza colectiva. Garamendi más que líder de la Patronal es una cara que conocida que pasean en las Redes y Medios, para crispar un poco desde la CEOE, además de dar alguna charla en foros asociativos o afines al PP y la propia CEOE, como el “Forbes Spain Economic Summit” donde soltó sus polémicas palabras, y representando claramente a los rentistas del capital y grandes corporaciones.
No se le conoce por haber asumido grandes riesgos personales destacados en invenciones o startups disruptivas muy intensas en trabajo a destajo. Desde esa posición privilegiada, que ya viene de familia, pretende dar lecciones de esfuerzo a quienes se levantan a las seis de la mañana para servir desayunos, repartir paquetes, limpiar oficinas, aeropuertos, y un largo etc. Pidamos dignidad frente a demagogia.
Si algo sobra en España es gente que trabaja: sanitarios que encadenan guardias, auxiliares en residencias privadas gestionadas con criterios economicistas (que acaban agotados/as), temporeros en condiciones indignas, emigrantes que son reconocidos y valorados en otros países. Lo que falta es que ese trabajo se reconozca, se respete y se pague como merece. No solo Garamendi trabaja mal. También la Inspección de Trabajo, reducida a un tigre de papel, incapaz de frenar la avalancha de horas extra sin pagar, la economía sumergida y una precariedad cotidiana que condena a millones de trabajadores a sobrevivir al día, sin poder planificar una vida digna.
España es uno de los países ricos con más desigualdad de oportunidades: un informe reciente de la OCDE revela que más del 35 % de la desigualdad de ingresos se debe a factores heredados como el origen socioeconómico familiar, el género o el lugar de nacimiento de los padres (El País).
Otro estudio universitario concluye que al menos un 44 % de la desigualdad de renta global en España se explica por factores ajenos a la decisión individual —educación del padre, tamaño de la familia, tipo de escuela, ocupación del padre, entorno cultural—, y solo algo más de la mitad se atribuye al “mérito” o al esfuerzo personal (infoLibre).
Además, los investigadores han constatado que el ascensor social está averiado: quienes nacen en hogares de rentas bajas o en peligro de exclusión tienen muy pocas probabilidades de salir de esa situación comparables a las de otros países. Por ejemplo, para que alguien cuyo origen está entre el 20 % con menos recursos pueda llegar a tener un nivel de vida medio hacen falta, en promedio, cuatro generaciones en España; mientras que en países como Dinamarca, Suecia o Noruega bastan tres generaciones o menos (La Vanguardia).
Esto no quiere decir que no exista el esfuerzo o cultura de esfuerzo. Claro que existe, pero ese esfuerzo choca una y otra vez con barreras estructurales como son la falta de igualdad educativa, redes de contactos cerradas (cosa que en la élite o sus centros educativos no sucede), herencias económicas y culturales, diferencias territoriales, discriminaciones veladas. Eso hace que hablar de esfuerzo sin reconocer esos obstáculos sea, además de injusto, hipócrita.
Garamendi, en cambio, representa lo contrario: el pasado, el capataz que señala con el dedo a los de abajo mientras protege a los de arriba. Si algo ha demostrado con su frase es que, como presidente de la CEOE, él sí trabaja mal en un día como hoy.