Valientes en alta mar: la Flotilla Sumud frente al cinismo de Europa

Valientes en alta mar: la Flotilla Sumud frente al cinismo de Europa

1 de octubre de 2025

La madrugada se hizo larga y oscura. A bordo de la Flotilla Global Sumud, los cuerpos se endurecieron por la vigilia; las almas, por la certeza. Aquella última noche antes de llegar a Gaza quedó escrita en la memoria de quienes no pudieron dormir: activistas, médicos, periodistas, y parlamentarios —representantes de 45 países— sentados en cubierta con chalecos puestos, desafiando el frío y el insomnio mientras el mar les devolvía sombras que no eran inocentes. Desde la negrura emergían embarcaciones sin luces que rodeaban a los barcos civiles; sobre ellos, enjambres de drones cortaban el cielo como ojos mecánicos. Fue una noche de acoso táctico, de hostigamiento sistemático, y también de resistencia serena. La flotilla pasó la noche entera en alerta máxima; ahora, al amanecer, sus cuerpos están agotados, pero su voluntad no ha flaqueado.

Hace apenas días, en la Asamblea General de la ONU, mandatarios se abrazaron al lenguaje solemne: reconocimiento de Palestina, promesas de protección, discursos sobre derechos humanos. Palabras que resonaron en los salones con pompa y aplausos. Hoy, mientras esa oratoria burocrática se repite en actas y comunicados, la misma Europa decide, en los hechos, retirar su presencia: Italia fija sus fragatas a 150 millas y se da media vuelta; España impone una línea de seguridad a 120 millas y se dió también la media vuelta; ambos esconden su retirada tras eufemismos de “prudencia” y “evitar desestabilizaciones”. ¿Qué significa ese gesto en términos humanos? Significa abandonar a una iniciativa civil y humanitaria que desafía un bloqueo, dejarla sola en aguas internacionales, permitir que un Estado miembro de la ONU anuncie la interceptación e incluso que, según reportes, prepare tácticas de hundimiento selectivo. Eso no es neutralidad: es traición. Y sus llamados a la flotilla a desistir de seguir navegando se llama boicot.

“Si nosotros, los líderes de este planeta no podemos ofrecer más que terror, conflictos, contaminación, miedo, desigualdades y guerras a millones de personas, entonces hay que enfrentar la verdad. Somos cómplices de crímenes contra nuestra civilización y de nuestro planeta. Ninguno de nosotros puede alegar ignorancia de lo que está pasando. Si creemos en la dignidad humana para todos, debemos ofrecer más. Un mundo que tenga vida, no que nos amenace. Demostremos que esta Asamblea General puede y debe marcar la diferencia. Demostremos que rechazamos la arrogancia, el odio y la ceguera deliberada, ante la falta de justicia, ante la guerra de agresión. No detuvimos el Holocausto, no detuvimos el genocidio en Ruanda, no detuvimos el genocidio en Srebrenica, debemos detener el genocidio en Gaza. No hay excusa, ya no hay excusa, ninguna excusa.”

La voz de Nataša Pirc Musar, presidenta de Eslovenia en su discurso en la ONU hace pocos días, no es retórica distante; viene de un país forjado en la violencia y la fragmentación, y por eso su palabra tiene la agudeza de quien conoce el precio del silencio. Cuando afirma que “no hay excusa”, está señalando al tribunal más implacable: la historia. Porque reconocer un Estado en la tribuna no equivale a proteger a sus gentes en el mar. Se puede aplaudir una bandera en un hemiciclo y, al mismo tiempo, ordenar que las fragatas se retiren para que los veleros queden desprotegidos frente a la fuerza militar. Ese abismo entre la palabra y el acto es la esencia del cinismo diplomático.

La Flotilla Sumud navega, sin embargo, con la grandeza de un gesto humano puro. Sus embarcaciones no portan armas sino medicinas; no llevan soldados sino médicos; no transportan consignas sino pan. Son barquitos, veleros, casi botes, que afrontan la noche y la maquinaria de guerra solo por dar testimonio y por intentar salvar vidas. Esa decisión de exponerse, de convertirse en testigos móviles, es hoy la forma más alta de humanidad. Cuando los grandes se acobardan frente a la lógica del poder, son estos ciudadanos los que sostienen la justicia material: presencia, documentación, obstinación en la ayuda.

Que Europa, que jura por los derechos, se esconda tras la excusa de la seguridad mientras fuerzas poderosas hostigan a civiles desarmados, es una página triste del presente. Pero la historia también registrará a quienes se levantaron del canapé y se lanzaron al mar: quienes, aun exhaustos tras una noche de asedio en la oscuridad, ajustaron sus chalecos, recogieron las cámaras, firmaron declaraciones y mantuvieron el rumbo. Son ellos los que nos representan, ante el mundo, la voz y la acción que los gobiernos no tuvieron el coraje de ejercer.

Por eso esta es, y será, una crónica de doble lectura: de un lado, la denuncia del abandono institucional y del otro, el reconocimiento de la dignidad que navega. Las decisiones políticas que hoy protegen intereses y contratos quedarán explicadas con su nombre en los libros; pero también quedará la estampa indeleble de las cubiertas donde hombres y mujeres, con la mirada rota por la noche y la esperanza intacta, se atrevieron a mostrar que otra política es posible: la de la solidaridad sin cálculo.

Si hay juicio moral sobre las naciones, que se haga ahora: la pompa en la Asamblea General de las Naciones Unidas no basta para lavar las manos manchadas por la indiferencia. Si hay responsabilidad política, que se aplique ahora: las excusas de prudencia no redimen a quien deja a otros a merced de la violencia, el crimen y la barbarie. Y si hay gratitud humana, que la expresemos con voz alta y clara hacia quienes han tomado el riesgo por nosotros. Porque en ese instante donde la noche fue más oscura, ellos se erigieron en faros y siguieron adelante.

La Flotilla Global Sumud informó hace algunas horas que se encuentra a menos de 90 millas náuticas de Gaza, navegando desde hace muchas horas en plena “zona de alto riesgo”. El mensaje fue difundido con un llamado urgente a la alerta, advirtiendo que continúan su rumbo sin dejarse intimidar por las amenazas ni por las tácticas de hostigamiento israelí.

En el aviso se destaca que los barcos avanzan firmes con el objetivo de llegar con ayuda humanitaria a la población palestina sitiada, a pesar de la presencia de drones y embarcaciones militares en la zona. Se insta además a la comunidad internacional a proteger la misión, recordando que cualquier ataque contra ella constituiría una grave violación del derecho internacional y un crimen contra la humanidad.

El anuncio, acompañado por el mapa de posición, subraya el carácter crítico de este momento: la flotilla avanza hacia Gaza con centenares de activistas, todos conscientes del riesgo, pero determinados a romper el bloqueo.

En uno de los muchos videos que han subido las tripulaciones, se me apretó el alma al ver a una activista española a la que se le quebró la voz no por el miedo por su propia seguridad, sino por mencionar las cajas de chocolatinas que sabe, lo más probable, jamás llegará a entregar a los niños de Gaza que los esperan en la orilla y a los que ella sólo quiere abrazar y abrazar. Ella lleva a bordo los abrazos de todo el mundo.

Valientes, valientes, valientes.

 

Claudia Aranda

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