Miles de personas, han salido a manifestarse este 4 de octubre en numerosos municipios españoles para denunciar y pedir una vez más fin al genocidio de Israel contra el pueblo palestino.
En Barcelona, una de las más numerosas concentraciones, las calles rebosaban de ira contra la injusticia y de paz frente a la barbarie. La multitud alimentaba la convicción de certeza de que ya no hay marcha atrás: el pueblo va a por todas.
Las peticiones se reiteran una vez más, se exige el fin del genocidio en Palestina, el embargo total de armas, la ruptura de las relaciones con Israel y la suspensión del acuerdo de asociación entre la Unión Europea y el Estado israelí, así como la liberación de los rehenes secuestrados de la Flotilla.
Como la leche que hierve en un cazo, a medida que el fuego calienta más, el estado de ebullición se hace más intenso. Ya nada es soportable. El dolor se extiende por todas las mentes, atraviesa todos los cuerpos.
Hay que salir, quejarse, protestar, gritar, poner fin a tanta violencia.
Cuando la sociedad se levanta unida para defender el derecho a la vida, cuando se lucha por la humanidad misma, algo se enciende en las conciencias que va más allá de frenar un conjunto de atrocidades.
El reunirse en masa no es sólo una suma de cuerpos: es la creación de una conciencia colectiva que transforma emociones, percepciones y conductas.
Podemos gritar eslóganes; podemos denunciar las violaciones de derechos humanos; atormentarnos por el negocio de las empresas armamentísticas; pero el rechazo profundo no es sólo un análisis racional: es una experiencia compartida desde la emoción, desde lo visceral. Es la comunión en la que todos nos reconocemos como una sola voz y un mismo propósito. Ahí se inicia una mística social.
Hoy, en muchas ciudades, esta mística ha vuelto a sentirse. Quizá eso abre la esperanza a creer en algo nuevo que está por llegar y que despierta en momentos de verdadera necesidad entre la gente. Hoy ha sido uno de esos días, donde las múltiples crisis que vivimos a diario podían revertir la tendencia. Donde quizá el principal valor donde poder apoyarse estaba en las mismas personas, que alejadas de las gastadas instituciones podían tender nuevos puentes hacia nuevos caminos.
Confiemos en que esa fortaleza humana del conjunto sobrepase el antihumanismo que cada vez se implanta en más rincones. Esperemos que el rechazo a la violencia sea el inicio de una transformación real donde la dignidad de los pueblos prevalezca sobre la barbarie.









