Por Juan Carlos Rois
Tras ser elegido jefe de la Iglesia católica, el agustino Prevost pronunció desde el balcón del palacio Vaticano un saludo llamativo, en el que pidió una paz desarmante y desarmada, humilde y perseverante, en su primer mensaje “urbi et orbi” como papa León XIV.
Se trata de un gesto llamativo porque sufrimos un contexto de belicismo creciente, con: a) Estados Unidos, su país de origen, embarcado en el chantaje militar y el rearme y apelando a la “paz por la fuerza”; b) el colapso de las negociaciones globales sobre armas nucleares; c) la propagación de políticas supremacistas, violentas y de “motosierra” que fomentan la violencia estructural y cultural y perjudican a los más desfavorecidos y degradan el medio ambiente de forma irreversible; d) la fase más cruda en años del genocidio de Israel sobre la población indefensa de Gaza; y e) más de cincuenta conflictos armados en curso en el planeta.
En ese clima, la apelación a una “paz desarmante” destaca frente al lenguaje rutinario de las cumbres diplomáticas y de las agendas oficiales sobre seguridad, que hablan de paz, como decía la canción de Krahe, con lengua de serpiente. León XIV ha vuelto sobre esta idea días después al elegir el lema de la Jornada Mundial de la Paz del 1 de enero de 2026, y la ha reiterado en varias ocasiones posteriores, siempre con gran sobriedad gestual y menor locuacidad si se le compara con su predecesor.
Precisamente por esa sobriedad calculada de un papa tan cauteloso y papal, si se permite la broma, el énfasis en la dimensión desarmante de la paz parece deliberado y merece atención, pues se formula como contraste con las formulaciones de paz al uso.
¿Qué significa “paz desarmante”?
Surgen entonces varias preguntas: ¿qué es la paz desarmante? ¿Está llamada a convertir a los cristianos en actores o impulsores de una paz que vaya más allá de la vaporosa y poco pacífica política de paz del momento, o en aliados estratégicos de un pacifismo urgido de ambición y energía política para hacer prevalecer sus opciones?; ¿Aporta algo nuevo respecto a la paz frágil y de baja intensidad que manejan las agendas oficiales, entendida sobre todo como ausencia de guerra sostenida por la preparación permanente para la misma? ¿Se dirige a diplomáticos y expertos en resolución de conflictos o, más bien, a las personas de a pie y a su capacidad de agencia social?
Nos proponemos indagar si el matiz desarmante subrayado por el papa tiene suficiente densidad como para movilizar la energía política necesaria para rescatar la paz de la hornacina simbólica en la que reposa y para volverla capilar, estructural, sistémica, operativa y rectora; una paz imperfecta y dinámica, pero que no se desinfle en el escepticismo y la resignación y que vaya más allá de la mera ausencia de guerra y de las retóricas clásicas del desarme.
Entendámonos: no es que entre mis ya conocidas tendencias frikis se encuentre perseguir los discursos, dimes y diretes de papas, obispos, prebostes y otras potestades mundanas y celestiales. Con el gasto militar y la propuesta de desmilitarización y de transarme creo que ya voy bien servido, pero me pareció que tal añadido, dicho por alguien que por oficio tiene que ser formal, calculador y algo rígido y ortodoxo, tal vez tenía una intención más allá de epatar con un palabro inusual.
¿Redundancia o novedad frente al desarme?
La primera vía de indagación es ver qué dice la doctrina de la Iglesia (tranquilos, que no voy a explayarme en el tema, que por otra parte no forma parte de mis obsesiones pacifistas).
Esta se recoge fundamentalmente en las encíclicas Rerum Novarum, de León XIII; Pacem in Terris, de Juan XXIII; Populorum Progressio, de Pablo VI; y Sollicitudo rei socialis, de Juan Pablo II, así como en la constitución conciliar Gaudium et Spes y en el compendio de doctrina social de la Iglesia.
Más allá de apostar por una paz como fruto de la justicia, de la realización de los derechos de los seres humanos y de la tierra y de un desarrollo y cambio estructural profundos, o de proponerse como testimonio, modelo y actor de paz para el mundo y pedir el cese de las guerras, el fin de la carrera de armamentos y el trasvase de los gastos militares hacia fines de desarrollo, nada dice la doctrina eclesial sobre la paz desarmante.
La segunda vía es ver si el propio León XIV ha precisado qué entiende por paz desarmante.
La conclusión provisional es que, aunque no lo ha definido con rigor conceptual, sí ha proporcionado elementos suficientes para entrever una apuesta relativamente novedosa, que va más allá del desarme y del uso de la fuerza para traer la paz (ahora pax americana).
Para ver el contraste entre lo que parece ser el pensamiento de León y la doctrina diplomática oficial de la Iglesia, podemos centrarnos en la intervención del cardenal Gallagher, “ministro de Exteriores” del Vaticano, ante la Asamblea General de la ONU tras el nombramiento del papa.
En ella retoma la expresión de paz desarmada y desarmante, pero, a la hora de concretar, vuelve sobre el marco clásico de la doctrina social de la Iglesia: énfasis en la paz diplomática, la estrategia de desarme, la denuncia del armamentismo y de las políticas belicistas, y la insistencia en la paz como realización de la justicia, promoción de la dignidad humana, desarrollo compartido y reconciliación con la naturaleza.
Reivindica también el papel del papa y de la Iglesia como faro moral contra la guerra y como agente espiritual de mediación en los conflictos.
A la luz de este discurso, la paz desarmante parecería una cierta redundancia del binomio paz–desarme, sin contenido específico más allá de la apuesta por un desarme “suficiente” compatible con la legítima defensa, tal como recogen Gaudium et Spes 81 y el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, en su número 508.
Sin embargo, otros gestos del propio León XIV apuntan en una dirección más precisa y distinta de la simple paz desarmada.
En una alocución del 30 de mayo de 2025 pidió a las asociaciones de la Arena della Pace que adoptaran la noviolencia como metodología de acción y estilo de vida para hacer posible una paz desarmante.
Poco después, el 17 de junio, reclamó a los obispos italianos que cada diócesis promoviera programas de educación en la noviolencia, iniciativas de mediación en conflictos locales y proyectos de acogida que transformaran el miedo al otro en oportunidad de encuentro.
Aquí la clave ya no se sitúa tanto en los tratados y las cumbres, sino en la “actoría desde abajo”, en la condición de cada cual como constructor de paz y en un enfoque de transformación noviolenta de los conflictos, centrado en el cuidado, la sanación social y el paso del miedo al encuentro.
En una audiencia-catequesis del 18 de junio, León XIV profundizó en la crítica a la guerra: cuestionó la idea de que la guerra pueda traer la paz, denunció la falsa propaganda del rearme y recordó el negocio de los “mercaderes de la muerte”, que se lucra destruyendo escuelas y hospitales en lugar de construirlos.
En esta ocasión llamó a los líderes mundiales y a quienes deciden sobre la guerra y la paz a abandonar la vía bélica y abrazar la vía de la paz, recordando, en sintonía con Pío XII y Francisco, que con la paz no se pierde nada y con la guerra se pierde todo.
Pero su llamada no se limitó a gobernantes y diplomáticos: apeló también a cada persona a elegir el camino de la sanación y a dar voz a la propia vocación de sanar.
Un momento especialmente revelador fue la Vigilia Mariana por la Paz del 11 de octubre de 2025, al hilo del mandato evangélico «guardad la espada».
Allí exhortó a los poderosos a tener “la osadía de desarmarse” y, en paralelo, pidió a cada persona desarmarse interiormente, mirar el mundo desde abajo y contemplarlo desde los ojos de quienes sufren, no desde la perspectiva de los poderosos.
Todo ello sugiere que, en la intención papal, la paz desarmante señala ingredientes y actores distintos de la paz desarmada.
Se me antoja que las palabras de este papa deberían movilizar un activismo pacifista ambicioso por parte de su grey, principalmente para asumir una vocación desde abajo y capilar de construcción de otra paz, aunque mucho me temo que para gran parte de ese fielato caerán más bien como un fastidioso chaparrón que como una lluvia fina.
En todo caso, esperemos acontecimientos.
Paz desarmada y paz desarmante
No estoy seguro de si el papa lo pretende, pero su referencia a una paz desarmante se me antoja interesante para reflexionarla desde posiciones pacifistas y antimilitaristas, porque implica una cierta impugnación de la paz oficial como vía de la paz y propone un ingrediente ausente en esta.
Dicho ingrediente puede entenderse como un referente complementario o alternativo a la idea “normalizada” de paz, indicando, en el primer caso, que el desarme es necesario, pero no suficiente, o bien, en el segundo, que la estrategia de búsqueda de la paz que pone como objetivo principal (y a veces exclusivo) el desarme (parcial o total) es un desenfoque que hay que romper (cambiando de objetivo y de metodologías) o que resulta meramente desiderativa e inútil.
Podemos entender el desarme de varias maneras: a) como un objetivo (o estrategia) ideal; b) como un escenario necesario, pero no suficiente para la paz verdadera, en este caso como un complemento integral; o c) como un desenfoque si se toma como objetivo principal y exclusivo, al resultar meramente desiderativo e inútil sin justicia y transformación social.
Desde mi punto de vista, y con toda la cautela de las etiquetas dicotómicas, esto nos sitúa ante dos vías diferentes de entender la paz.
- La paz desarmada, que se presenta como ideal final (un mundo con menos armas o sin armas) y propone una estrategia de contención de la guerra mediante políticas de reducción de armamentos, limitación de la carrera armamentista, acuerdos de verificación y mediación diplomática, etc. Se orienta principalmente a Estados, organismos internacionales y élites políticas y militare como actores y protagonistas de esta paz como ausencia (o contenición) de la guerra.
- La paz desarmante, que apunta a procesos más humildes y perseverantes de construcción de paz positiva, con protagonismo de las personas de a pie y sus articulaciones sociales, y con metodologías noviolentas que abordan los conflictos, los cuidados y la sanación social desde la perspectiva de quienes sufren.
En este sentido, el desarme —como horizonte o proceso— puede ser necesario, pero se queda corto e incluso resulta equívoco si se piensa que basta por sí mismo para alcanzar la paz entendida como justicia y reconciliación de la humanidad, tal como la propia tradición católica sugiere en textos como Pacem in Terris 38, Gaudium et Spes 78 y 169, Populorum Progressio 76 o el Compendio de Doctrina Social 495.
El añadido “desarmante”, a mi criterio, tiene un valor importante para el pacifismo actual, porque intenta reforzar no solo la idea de paz y sus procesos, sino también las metodologías y los actores llamados a construirla.
A efectos pedagógicos, y volviendo a insistir en los matices de todo cuadro dicotómico, pueden contraponerse dos enfoques de pacifismo. Podrían entenderse como dos polos dicotómicos, pero no necesariamente como polos irreconciliables, pues suelen coexistir en cierto grado y pueden complementarse hasta cierto punto.

Entre las políticas al uso de desarme y la aspiración de ir más allá de este, puede entenderse que la paz desarmante pretende ser un llamamiento a un activismo incondicional por la paz, preocupado por hacer de la lucha por la paz un motivo fundamental de la acción personal y comunitaria, especialmente dirigido a no aceptar la lógica de la paz armada, a descentrar el desarme como objetivo principal de la lucha por la paz y a buscar la capilaridad de la paz como vía y metodología de transformación global.
Si el desarme es insuficiente, una política de paz global exige ir más allá del desarme y trans-armar la sociedad
Cuadro 2: Desarme y transarme

He insistido, sin mucho éxito, en que un pacifismo consciente y ambicioso debe dejar el desarme como leitmotiv principal y priorizar la desmilitarización y el transarme: descentrando la lucha por la paz de la mera preparación bélica para ampliarla a procesos sociales contra el militarismo, a las interrelaciones con las luchas globales frente a los problemas planetarios y la violencia-dominación sistémica, y a los vasos comunicantes de perspectivas sociales alternativas que construyan noviolencia-cooperación frente al paradigma global de defensa.
Entre el pacifismo oficial y las políticas realistas de los Estados, con su aspiración de paz armada, y la apuesta transformativa del transarme como política de paz radical, la idea de paz desarmante permite articular un eje activista que conecta cultura, ética y estructuras, y que hace de cada persona, de las articulaciones sociales en las que actuamos y de las comunidades sus principales protagonistas y activistas, desplazando el protagonismo actual de unas élites y de los Estados en la construcción de la paz.
De este modo, nos permite complementar los cuadros.
Cuadro 3; Desarme, paz desarmante y transarme

Qué aporta la idea de paz desarmante
En este marco, la paz desarmante contribuye a tres cambios de enfoque especialmente relevantes: desplaza el centro de gravedad de la paz desde el desarme como objetivo principal hacia la transformación de las relaciones, las mentalidades y los estilos de vida, sin prescindir del desarme, pero descentrándolo.
Ensancha el círculo de los protagonistas de la paz: de los Estados y organismos oficiales hacia las personas comunes, las comunidades locales y las articulaciones sociales de base, concebidas como constructoras de paz positiva.
E integra la paz en un horizonte de justicia social, cuidado ecológico y reconocimiento de las víctimas, insistiendo en mirar “desde abajo” y no solo desde los intereses de las potencias.
Después del desinflamiento de la agenda de paz y desarrollo de la ONU —basada en la diplomacia preventiva, el derecho humanitario y los acuerdos de contención militar—, que un papa subraye una paz desarmante, en contraste con la “paz por medio de la fuerza” que reivindican líderes como Trump, resulta una novedad saludable y abre una rendija importante frente al apabullante discurso oficial de la paz.
Apunta contra la resignación y el conformismo, y sugiere que la paz no puede reducirse ni a una suma de tratados ni a un equilibrio de miedos, sino que requiere procesos desarmantes —éticos, culturales y estructurales— capaces de recomponer vínculos, redistribuir el poder y poner en el centro de la lucha por la paz la lucha transformativa contra la violencia rectora y sus diversas manifestaciones.
Y, por último, puede aportar aliados estratégicos a una lucha por la paz que busca ser: 1) utópica en las expectativas y ambiciones; 2) concreta en las metodologías de acción (lucha social y colectiva, política noviolenta, desmilitarización y prácticas sociales alternativas); 3) creativa, en cuanto que construida desde abajo con la inteligencia colectiva y la práctica común de la gente; 4) resistente a la guerra, al militarismo y a la violencia rectora; y 5) capaz de desarrollar la energía política necesaria para imponer a los Poderes, con mayúsculas, los cambios estructurales transformacionales necesarios para construir una alternativa global basada en las ideas fuerza de cooperación-noviolencia en sustitución del vigente paradigma de dominación-violencia.

