África en cifras, heridas y cicatrices. Parte 5: República Centroafricana, la riqueza maldita

África en cifras, heridas y cicatrices. Parte 5: República Centroafricana, la riqueza maldita

“El mundo se desmorona cuando el centro no se sostiene” – Chinua Achebe

En el corazón de África, sin salida al mar y atrapada entre desiertos y sabanas y selvas, vive la República Centroafricana. Un país del tamaño de Francia con 5,5 millones de habitantes y una de las densidades más bajas del continente. La geografía podría haber sido un regalo de diversidad y abundancia, pero terminó convertida en una maldición histórica.

El presente es demoledor. El PIB nominal ronda los 2.760 millones de USD y el PIB per cápita apenas supera los 530 USD, ubicando al país en los últimos lugares del planeta. El Índice de Desarrollo Humano es 0,414, uno de los más bajos del mundo. La esperanza de vida apenas alcanza los 53 años y la mortalidad infantil llega a 116 muertes por cada 1.000 niños menores de cinco años. La desnutrición crónica golpea al 38% de los menores de cinco años.

La paradoja es brutal. RCA está sentada sobre diamantes, oro y uranio. Los diamantes representan entre el 40 y el 55% de las exportaciones, aunque más de la mitad se mueve por contrabando. Francia, Rusia y China compiten por las concesiones mineras mientras el país se desangra en guerras internas. Desde 2013 la violencia entre milicias Seleka y Anti Balaka ha dejado más de un millón de desplazados y refugiados, una quinta parte de su población.

Sin electricidad estable, sin infraestructura ni servicios básicos, la vida en RCA es sobrevivencia. El 40% de su presupuesto depende de la ayuda internacional y el Estado se mantiene en pie gracias a la asistencia de Naciones Unidas y a la intervención militar extranjera.

La riqueza que debería sostenerlo se ha transformado en condena. Como escribió Achebe, el centro no se sostiene y el mundo se desmorona.

Bloque 1. Fronteras impuestas y colonización

La República Centroafricana no nació de un proceso orgánico sino de la pluma de diplomáticos europeos en la Conferencia de Berlín de 1884 y 1885. Allí, sin consultar a los pueblos que habitaban la región, Francia se adjudicó el territorio que bautizó como Ubangi Shari. La colonización francesa fue tardía pero feroz. A fines del siglo XIX llegaron los primeros administradores y las compañías concesionarias que con el aval del Estado impusieron un régimen de trabajo forzado. Miles de hombres fueron enviados a cortar caucho, transportar marfil o abrir rutas en la selva bajo castigos brutales.

Los testimonios de la época hablan de aldeas arrasadas y poblaciones enteras sometidas a la lógica del saqueo. En 1920, apenas 20 años después de la ocupación efectiva, la población ya había caído en más de un 30%, producto de la explotación, las enfermedades y las matanzas. Las misiones religiosas sirvieron como soporte cultural de esta dominación, enseñando el francés y legitimando el poder colonial.

Cuando llegó la independencia en 1960, lo que se heredó fue un Estado artificial. El país contaba con menos de 100 graduados universitarios y con una infraestructura inexistente. Francia, lejos de retirarse, se aseguró de mantener el control a través de acuerdos de defensa, bases militares y monopolios económicos.

Lo que siguió fueron décadas de dictaduras y golpes de Estado. El más célebre, el del coronel Jean Bédel Bokassa, que se autoproclamó emperador en 1976, gastó 20 millones de USD en su fastuosa coronación mientras la mayoría de la población moría de hambre. París lo sostuvo en el poder hasta que dejó de ser funcional a sus intereses.

Desde entonces, la inestabilidad ha sido la norma. La RCA nació con fronteras impuestas, con instituciones frágiles y con una dependencia estructural de Francia que hasta hoy define su política y su economía. La colonización no terminó en 1960, solo cambió de ropaje.

Bloque 2. El peso de la pobreza estructural

La pobreza en la República Centroafricana no es una estadística, es la forma en que se organiza la vida cotidiana. El país figura de manera constante entre los últimos lugares de todos los índices internacionales. Con un PIB per cápita de 539 USD, la economía nacional no logra cubrir ni siquiera las necesidades más elementales de su población. Más del 70% de los habitantes sobrevive en pobreza extrema, lo que significa que más de cuatro millones de personas viven con menos de 2,15 dólares al día.

Los indicadores sociales muestran un cuadro devastador. La esperanza de vida es de 53 años, diez menos que el promedio africano y treinta menos que el europeo. Cada año mueren 116 niños por cada mil nacidos vivos antes de cumplir los cinco años, una de las tasas más altas del mundo. Las madres pagan un precio aún más cruel, con una mortalidad materna de 835 por cada 100.000 partos. Esa cifra refleja la ausencia de hospitales, de personal capacitado y de medicamentos básicos.

Más de un tercio de la población depende de ayuda alimentaria según el Programa Mundial de Alimentos. Las sequías recurrentes y el abandono del campo han hecho que un país con suelos fértiles no produzca lo suficiente para alimentar a su gente.

La infraestructura mínima tampoco existe. Menos del 15% de la población tiene acceso a electricidad y en las zonas rurales esa cifra cae por debajo del uno por ciento. El agua potable no llega a millones de hogares y provoca brotes constantes de diarreas y cólera. El desempleo golpea sobre todo a la juventud con tasas de subempleo cercanas al 80%.

La pobreza en RCA no es un accidente, es un sistema que se reproduce a sí mismo. Sin inversión sostenida, sin servicios básicos y sin un Estado capaz de garantizar derechos, la vida se reduce a sobrevivir en medio de la escasez.

Bloque 3. La riqueza maldita de los minerales

La República Centroafricana encarna la paradoja de un país rico en recursos y pobre en resultados. Los diamantes representan hasta la mitad de sus exportaciones oficiales, pero más de la mitad nunca aparece en las cuentas del Estado. Salen por contrabando hacia Camerún, Sudán o Chad, alimentando redes ilegales que financian a grupos armados. La RCA es miembro del Proceso de Kimberley, diseñado para frenar los llamados diamantes de sangre, pero en la práctica el mecanismo apenas ha frenado el saqueo.

El oro sigue la misma ruta. Se extrae en minas artesanales sin regulación ni seguridad, con niños trabajando en túneles improvisados y comunidades enteras viviendo del barro. Gran parte termina en Dubái sin dejar impuestos ni regalías. En cuanto al uranio, su potencial es considerable pero nunca se desarrolló una industria local. Francia lo considera estratégico para su parque nuclear y empresas chinas han mostrado interés, aunque los proyectos avanzan lentamente por la inestabilidad del país.

La disputa por estos recursos no es neutral. Francia mantiene influencia histórica pero China busca afianzar su presencia con inversiones y Rusia entró en escena con el grupo Wagner, el cual asegura concesiones mineras a cambio de protección militar al gobierno.

Mientras tanto, la población no ve beneficios. En Bangui, una familia puede pasar semanas sin electricidad mientras los diamantes extraídos a pocos kilómetros viajan en aviones hacia mercados internacionales. Las minas, lejos de ser camino hacia la prosperidad han sido combustible de guerras y causa de intervención extranjera. En la RCA las piedras brillan, pero no iluminan.

Bloque 4. Guerra y fracturas internas

La guerra en la República Centroafricana estalló en 2013, cuando la coalición rebelde Seleka, integrada en su mayoría por musulmanes del norte, tomó el poder y derrocó al presidente François Bozizé. La respuesta no tardó y se formaron las milicias Anti Balaka, de base cristiana, las cuales iniciaron represalias sangrientas contra civiles. El resultado fue una espiral de violencia comunitaria que partió al país en dos, no solo por religión sino también por regiones y etnias.

En una década más de un millón de personas fueron desplazadas, casi una quinta parte de la población. Unas 436.000 son desplazados internos y 680.000 se refugiaron en Camerún, Chad y República Democrática del Congo según ACNUR. Ciudades enteras quedaron arrasadas y aldeas vaciadas en cuestión de días.

Los combates no son solo ideológicos ni religiosos. Detrás de cada avance militar hay minas de diamantes, rutas de oro o corredores estratégicos hacia Camerún y Sudán. La guerra en la RCA no es solo por el poder político, es por el control de los recursos.

La comunidad internacional intentó contener el conflicto. La Misión de la ONU desplegó cerca de 14.000 cascos azules, mientras Francia y la Unión Africana enviaron tropas en distintos momentos. Sin embargo, el vacío de seguridad permitió la entrada de mercenarios. Desde 2018 el grupo ruso Wagner se instaló en Bangui y extendió su influencia sobre minas y carreteras ofreciendo seguridad al gobierno a cambio de concesiones.

Hoy, aunque existe un gobierno reconocido, gran parte del país sigue bajo control de facciones armadas. Los acuerdos de paz se firman pero rara vez se cumplen. El Estado se reduce a la capital y a unos pocos enclaves. El resto es un mapa de milicias, diamantes y violencia.

Bloque 5. Salud y educación quebradas

La República Centroafricana es uno de los países con peor cobertura sanitaria del planeta. El sistema de salud funciona a medias en Bangui y prácticamente no existe en las zonas rurales. Según la OMS, hay menos de 0,05 médicos por cada 1.000 habitantes, lo que equivale a un médico para más de 20.000 personas. Más del 75% de los centros de salud no puede ofrecer servicios básicos y la mitad de las instalaciones fuera de la capital están cerradas o destruidas por la guerra.

Los resultados son trágicos. La mortalidad materna alcanza 835 por cada 100.000 nacidos vivos y la mortalidad infantil supera las 116 muertes por cada 1.000 nacidos vivos. Enfermedades prevenibles como la malaria y las diarreas matan a miles de niños cada año. La desnutrición crónica afecta a más del 38% de los menores de cinco años, un círculo que condena a generaciones enteras a crecer con limitaciones físicas y cognitivas.

La educación no corre mejor suerte. El conflicto ha destruido escuelas, quemado aulas y desplazado a miles de maestros. Solo uno de cada tres niños completa la primaria y menos del 10% llega a la secundaria. Las niñas son las más golpeadas, más de la mitad abandona antes de los 12 años y muchas son obligadas a matrimonios tempranos. La infraestructura educativa es mínima, con apenas 1.000 aulas nuevas en la última década frente a una demanda que supera las 10.000.

Un país donde los hospitales no curan y las escuelas no enseñan es un país atrapado en un círculo de fragilidad. La RCA no carece de recursos, carece de la base mínima para que su gente viva con dignidad.

Bloque 6. La dependencia externa

La República Centroafricana es un país sostenido desde afuera. Según el Banco Mundial, el 40% del presupuesto estatal proviene de ayuda internacional, un nivel de dependencia que pocos países alcanzan. En 2022 la asistencia oficial al desarrollo sumó más de 700 millones de USD, cerca de una cuarta parte del PIB nacional.

El 4% del gasto público en 2023 se financió con donaciones y préstamos concesionales. La ayuda per cápita supera los 120 USD al año, uno de los niveles más altos de África. El Programa Mundial de Alimentos invierte cientos de millones de dólares para alimentar a más de 1,5 millones de personas, cerca de un tercio de la población. La misión de Naciones Unidas gasta más de 1.000 millones de USD anuales en seguridad y ayuda humanitaria.

La lista de donantes es larga. Estados Unidos, la Unión Europea, Francia, el Banco Mundial y el FMI marcan la pauta en salud, educación y finanzas. China aparece con inversiones en minería y en proyectos de infraestructura, mientras Rusia se consolida con su oferta de protección militar a cambio de diamantes y oro.

El problema es que esta dependencia erosiona la soberanía. Las decisiones presupuestarias suelen responder a las condiciones de los donantes más que a las necesidades locales. Los logos de Naciones Unidas se ven más que los del propio Estado. La ayuda mantiene con vida a la República Centroafricana, pero también la mantiene atrapada en un ciclo de asistencia permanente.

Bloque 7. La juventud, entre la guerra y la esperanza

El rostro de la República Centroafricana es joven. Más del 65% de la población tiene menos de 25 años, una de las proporciones más altas del planeta. En teoría este bono demográfico podría ser la base de un renacimiento nacional. En la práctica gran parte de esa juventud vive atrapada entre el reclutamiento forzado por milicias y el desempleo permanente. Las guerras prolongadas convirtieron a miles de adolescentes en combatientes y la falta de oportunidades los mantiene en un ciclo de violencia y precariedad.

El desempleo juvenil supera el 70% y el subempleo es aún mayor. Para un país donde más de dos tercios de la gente sobrevive de la agricultura de subsistencia, los jóvenes sin tierra ni acceso a capital se ven empujados a la migración. Miles cruzan hacia Camerún, Chad o la República Democrática del Congo en busca de seguridad y trabajo. Otros arriesgan su vida en rutas clandestinas hacia el norte soñando con llegar a Europa.

Sin embargo, también hay señales de resiliencia. En aldeas apartadas surgen cooperativas agrícolas comunitarias, pequeños proyectos de cría de ganado y cultivos colectivos de maíz o mandioca. Con mínimas inversiones externas estas iniciativas han demostrado que la juventud puede organizarse para producir y generar ingresos locales. Aunque representan solo una fracción de lo que se necesita, ofrecen un respiro en medio de tanta adversidad.

La diáspora cumple un papel vital. Se estima que las remesas enviadas por centroafricanos en el exterior superan los 100 millones de USD al año y sostienen a miles de familias. Estos aportes, aunque modestos comparados con las grandes cifras de la ayuda internacional, tienen un impacto directo y concreto.

La juventud centroafricana vive entre la desesperanza y la resistencia. Allí donde el Estado no llega, ellos mismos buscan construir futuro con lo poco que tienen.

Bloque 8. El costo del futuro

Reconstruir la República Centroafricana no es una utopía, es una cuestión de inversión. Expertos locales y organismos internacionales coinciden en que para levantar escuelas, hospitales, infraestructura agrícola y energía limpia se necesitarían 10.000 millones de USD de aquí a 2035. Esa cifra cubriría la construcción de 3.000 escuelas rurales y 300 liceos, la instalación de 70 hospitales regionales y 1.000 centros de salud primaria, junto con sistemas de riego y 1.500 MW en proyectos solares e hidroeléctricos suficientes para electrificar al país por primera vez en su historia.

A más largo plazo la proyección al 2050 alcanzaría los 20.000 millones de USD, duplicando la cobertura educativa y hospitalaria, extendiendo redes eléctricas y mejorando caminos rurales que hoy son sendas de tierra. La suma parece enorme para un país cuyo PIB anual apenas llega a 2.700 millones de USD, pero en la escala global resulta insignificante.

El contraste con el gasto militar internacional es brutal. El mundo destinó en 2023 más de 2,4 billones de USD en defensa según el SIPRI. Con menos del 1% de ese presupuesto países como la RCA podrían transformar su realidad. Lo que para las grandes potencias es el costo de un programa de armas, aquí significaría hospitales funcionando, escuelas abiertas y energía para millones de hogares.

El futuro de la República Centroafricana no depende de milagros, depende de prioridades. Con 20.000 millones de USD en tres décadas se puede cambiar el destino de un país entero. La pregunta es si la comunidad internacional seguirá financiando guerras o decidirá invertir en la vida.

Entre la condena y la posibilidad

La República Centroafricana es una paradoja viva. Sentada sobre diamantes, oro y uranio, sigue ocupando los últimos lugares en todos los índices de desarrollo humano. Sus fronteras fueron impuestas y su destino marcado por la injerencia externa. La guerra, la pobreza y la dependencia la condenan, pero su pueblo resiste.

El país no es solo estadísticas. Es gente que sobrevive con dignidad en medio de la adversidad. Es juventud que busca un lugar en el mundo. Es memoria de un pasado colonial que aún pesa y es esperanza de un futuro distinto.

El camino no es sencillo, pero está abierto. La condena puede transformarse en posibilidad si se prioriza la vida sobre el saqueo. La República Centroafricana, desde el corazón de África, sigue recordándole al mundo que la riqueza sin justicia es maldición y que la dignidad humana no puede seguir esperando.

 

Bibliografía corta

Achebe, Chinua. Things Fall Apart. Heinemann, 1958

Banco Mundial. Central African Republic Data, 2023

Naciones Unidas, ACNUR y MINUSCA, reportes 2015-2023

SIPRI. Military Expenditure Database, 2024

Programa Mundial de Alimentos. Central African Republic Country Brief, 2023

Mauricio Herrera Kahn

Related Post