Perfil de una sociedad atrapada y desgarrada en los antivalores
El avance de la ultraderecha en el mundo se debe a una serie de factores que podrían ser sintetizados en una sociedad marcada por una crisis social y política, consecuencia del descontento ciudadano frente a los gobiernos actuales, que son percibidos como ineficaces para gestionar el progreso económico y débiles para enfrentar a la actividad delictual del crimen organizado; surgiendo un relato simplificador de mano dura y de cuidar a los ricos, que se traduce en una tendencia electoral, emparentada con el deseo de un gobierno fuerte que pueda restaurar el orden y la prosperidad.
La sociedad se ve dividida electoralmente entre nacionalistas, que glorifican la nación y alientan el miedo hacia ideologías comunistas y socialistas, y los partidarios de la diversidad democrática. En este contexto, algunos sectores, principalmente grandes empresarios e industriales, apoyan ideologías fascistas, como una forma de proteger sus intereses y mantener el orden, y se hace válido un discurso violento como medio legítimo y necesario para logros políticos y regeneración a su arbitrio de la sociedad.
Este aumento de la ultraderecha coincide con la ineficaz gestión de gobiernos democráticos neoliberales de izquierda en temas como la reducción de la pobreza y la eficacia en la gestión pública, situación que la ultraderecha capitaliza a través de la ansiedad ciudadana ante la crisis migratoria, el aumento de la delincuencia y el supuesto estancamiento económico, apelando a toda voz a valores como la autoridad y el orden, en una gobernanza “de emergencia” que puede saltarse toda institucionalidad.
En nuestro país sin mucha dificultad se pueden identificar actualmente a los grupos de habitantes: está el mayoritario, que incluye a personas jubiladas, empleadas y desempleadas pobres, que no pueden cubrir con sus ingresos los costos básicos de la subsistencia; ingresos que responden a empleos precarizados, formales e informales. Una autodenominada clase media, meritocrática, técnica y profesional, que se esfuerza de sobremanera en lo laboral, que no recibe apoyos del Estado, paga altos impuestos en relación a sus ingresos y no utiliza ni la salud ni la educación pública. Y una élite privilegiada, que sostiene los cargos directivos, gerenciales en el ámbito privado y también en los mayores cargos de dirección del poder estatal (ejecutivo, parlamentario, judicial y militar), que tampoco usa ni salud ni educación pública.
Todos los grupos descritos, están cruzados hoy por creencias incuestionables como la importancia central del dinero y que todo está permitido para obtenerlo; la afirmación cultural del individualismo y la desconfianza, el consumismo como práctica existencial y el temor social, que escala con frecuencia a terror a las otras personas. Las clases sociales chilenas en todo lo descrito, hoy somos una. Pero, los triunfadores de hoy, no tienen asegurado el futuro, mientras exista la manifestación de una respuesta transformadora palpitando en el seno de las poblaciones.
Humanismo Universalista, la salida de emergencia ante tanta barbarie y decadencia
Extracto de “Cartas a mis amigos” Silo: El cambio humano
El mundo está variando a gran velocidad y muchas cosas que hasta hace poco eran creídas ciegamente ya no pueden sostenerse. La aceleración está generando inestabilidad y desorientación en todas las sociedades, sean estas pobres u opulentas. En este cambio de situación, tanto las dirigencias tradicionales y sus “formadores de opinión”, como los antiguos luchadores políticos y sociales, dejan de ser referencia para la gente.
Sin embargo, está naciendo una sensibilidad que se corresponde con los nuevos tiempos. Es una sensibilidad que capta al mundo como una globalidad y que advierte que las dificultades de las personas en cualquier lugar terminan implicando a otras aunque se encuentren a mucha distancia. Las comunicaciones, el intercambio de bienes y el veloz desplazamiento de grandes contingentes humanos de un punto a otro, muestran ese proceso de mundialización creciente. También están surgiendo nuevos criterios de acción al comprenderse la globalidad de muchos problemas, advirtiéndose que la tarea de aquellos que quieren un mundo mejor será efectiva si se la hace crecer desde el medio en el que se tiene alguna influencia. A diferencia de otras épocas llenas de frases huecas con las que se buscaba reconocimiento externo, hoy se empieza a valorar el trabajo humilde y sentido mediante el cual no se pretende agrandar la propia figura sino cambiar uno mismo y ayudar a hacerlo al medio inmediato familiar, laboral y de relación.
Los que quieren realmente a la gente no desprecian esa tarea sin estridencias, incomprensible en cambio para cualquier oportunista formado en el antiguo paisaje de los líderes y la masa, paisaje en el que él aprendió a usar a otros para ser catapultado hacia la cúspide social. Cuando alguien comprueba que el individualismo esquizofrénico ya no tiene salida y comunica abiertamente a todos sus conocidos qué es lo que piensa y qué es lo que hace sin el ridículo temor a no ser comprendido; cuando se acerca a otros; cuando se interesa por cada uno y no por una masa anónima; cuando promueve el intercambio de ideas y la realización de trabajos en conjunto; cuando claramente expone la necesidad de multiplicar esa tarea de reconexión en un tejido social destruido por otros; cuando siente que aún la persona más “insignificante” es de superior calidad humana que cualquier desalmado puesto en la cumbre de la coyuntura epocal… cuando sucede todo esto, es porque en el interior de ese alguien comienza a hablar nuevamente el Destino que ha movido a los pueblos en su mejor dirección evolutiva, ese Destino tantas veces torcido y tantas veces olvidado, pero reencontrado siempre en los recodos de la historia.
No solamente se vislumbra una nueva sensibilidad, un nuevo modo de acción sino, además, una nueva actitud moral y una nueva disposición táctica frente a la vida. Si se me apurara a precisar lo enunciado más arriba diría que la gente, aunque esto se haya repetido desde hace tres milenios, hoy experimenta novedosamente la necesidad y la verdad moral de tratar a los demás como quisiera ser tratada. Agregaría que, casi como leyes generales de comportamiento, hoy se aspira a:
- una cierta proporción, tratando de ordenar las cosas importantes de la vida, llevándolas en conjunto y evitando que algunas se adelanten y otras se atrasen excesivamente;
- una cierta adaptación creciente, actuando a favor de la evolución (no simplemente de la corta coyuntura) y haciendo el vacío a las distintas formas de involución humana;
- una cierta oportunidad, retrocediendo ante una gran fuerza (no ante cualquier inconveniente) y avanzando en su declinación;
- una cierta coherencia, acumulando acciones que dan la sensación de unidad y acuerdo consigo mismo, desechando aquellas que producen contradicción y que se registran como desacuerdo entre lo que uno piensa, siente y hace.
Para cerrar, invitamos a quienes se niegan a aceptar el actual inhumano estado de la sociedad, a mantenerse en la dirección humanizadora, actuando en su medio, así, sumar y aportar en la construcción diversa y convergente, que abre el futuro a las nuevas generaciones.
Redacción colaborativa:
Angélica Alvear Montecinos, Guillermo Garcés Parada, Ricardo Lisboa Henríquez, Sandra Arriola Oporto.
Comisión de Opinión Pública
Partido Humanista
