Decía mi tía Laurencia, que siempre confundía la política con la telenovela de las nueve, que en México todos queremos justicia… pero que se la apliquen a otro. Y sí: mientras el Zócalo se llena de banderas, arengas y promesas de “no fallarle al pueblo”, medio país busca en el gobierno su chivo expiatorio favorito, sin sospechar que el verdadero problema se peina frente al espejo cada mañana.
Claudia Sheinbaum proclamó que enfrentará la justicia quien robe al pueblo, y a uno se le enchina el corazón de emoción… y la ceja de sospecha. Porque, como diría Catón, los que deberían tener miedo no son los ladrones, sino los que compran sus discursos en abonos.
Mientras tanto, Birmex —esa empresa que debería repartir medicinas— parece más dada a repartir contratos sospechosos que pastillas. Firmaron con una compañía que ya había sido señalada por no entregar medicamentos. Es decir, confiaron de nuevo en quien ya los había dejado enfermos. En México, al parecer, el virus de la corrupción no se combate con vacunas, sino con adjudicaciones directas. Y aquí viene la parte donde nos duele: el gobierno no son “ellos”. Somos “nosotros”. De nuestros impuestos comen, viajan y, en algunos casos, tragan con cubiertos de plata. Los servidores públicos deberían servir, pero a veces se sirven con la cuchara grande. El problema es que, cuando los vemos robar, no pensamos en educación cívica… pensamos en cómo haríamos lo mismo si estuviéramos ahí.
Castigar es fácil, educar lleva tiempo. Y como el tiempo no da likes ni votos, preferimos indignarnos en redes sociales mientras esquivamos al semáforo al que no queremos pagarle impuestos… digo, mordidas.
México cambiará —quizá— el día en que dejemos de buscar al culpable en Palacio Nacional y lo busquemos en la boleta, en el aula y en casa. Porque si seguimos así, entre “transformaciones” que transforman poco y empresas que reparten menos, pronto no sabremos si el país está enfermo… o simplemente se nos olvidó llevarlo al doctor.
Al final, como dijo doña Laurencia al ver las noticias:
—Hijito, el problema no es que el gobierno robe… el problema es que todos creemos que, si llegáramos ahí, lo haríamos mejor.
Y ahí está el chiste. Solo que ya no da tanta risa.