En un escenario político dominado por los pactos oportunistas y la tibieza discursiva, Eduardo Artés irrumpe como Candidato a la Presidencia de la República de Chile y es una de las pocas voces que se atreve a nombrar el problema estructural: la subordinación del país al poder extranjero. Desde su trayectoria al frente de la izquierda marxista chilena, el dirigente sostiene que la lucha por la soberanía no puede limitarse a las urnas, sino que debe expresarse en todos los planos —económico, comunicacional y cultural—. En esta conversación, El candidato Artés reflexiona sobre el intervencionismo norteamericano, la debilidad de la izquierda chilena y la resistencia del pueblo palestino como ejemplo moral de los pueblos que no se rinden.
En los últimos días, el ex vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, visitó Chile para participar en el 13º seminario anual Picton–El Mercurio, en pleno año electoral. Diversos analistas han interpretado este hecho como una señal del interés de Washington por influir en la política nacional.
¿Considera usted que esta visita constituye una forma de intervencionismo electoral de Estados Unidos en Chile?
La verdad de las cosas es imposible imaginarse, a no ser que uno sea ingenuo, que Estados Unidos no va a intervenir acá. El intervencionismo existe y es total. En países como el nuestro, o nos sometemos a ellos o nos enfrentamos. Hay un sector de la población que se somete porque está bajo la dirección de la oligarquía y de los grandes capitalistas que hacen los negocios. Eso es absoluto, es total.
Los grandes medios hegemónicos de comunicación están en manos incluso de empresas norteamericanas, así que no tengan la menor duda: hay intervencionismo electoral de todo tipo.
—¿Y cómo debería reaccionar la izquierda ante ese escenario?
“Hay que tener una izquierda valiente, que se atreva a enfrentarla. Ellos avanzan porque se visten con ropaje democrático, y hay que desenmascararlos. Hay que golpearlos políticamente, hay que hacer conciencia en la gente. Si no es así, simplemente no los vamos a considerar adversarios: ellos no son adversarios, son enemigos nuestros”.
El discurso de Artés rompe con la moderación progresista que suele imperar en la política chilena. Su llamado a una “izquierda valiente” no es un gesto retórico, sino una exigencia estratégica: dejar atrás la complacencia institucional y retomar la confrontación ideológica frente a un orden mundial que no tolera soberanías reales.
Desde otra mirada, su planteamiento se inscribe en la tradición de los pueblos que se reconocen en una lucha común contra el colonialismo y el capital transnacional. No hay proyecto nacional posible —parece decir— sin desmantelar el tutelaje económico y mediático del Norte.
“El destino de la humanidad se juega en Palestina”
—Usted ha sido un defensor histórico de la causa palestina. ¿Cómo ve la situación actual, tras la reciente tregua?
“Mi apoyo al pueblo palestino es absoluto; he estado toda la vida con Palestina. Hay que entender algo que es muy central: lo que se juega en Palestina es el destino de la humanidad. Creo que la resistencia de los palestinos es una señal moral para el resto de los revolucionarios que estamos por la soberanía y la independencia de los pueblos.
Al mismo tiempo no hay que confiarse, no hay que bajar los brazos, porque esta pequeña tregua —aquí no es paz lo que va a haber— ha sido forzada por los pueblos que se han movilizado y por la propia resistencia, sin duda. Pero si bajamos los brazos pensando que ya tenemos paz, van a volver a bombardear, porque el objetivo de los sionistas es exterminar al pueblo palestino. El sionismo es fascismo; es criminal, es genocida. Así que no hay que confiar ni un poquito en ellos”.
En palabras de Artés, la causa palestina no es un conflicto lejano, sino el espejo de todos los pueblos que resisten al dominio imperial. Para él, la política internacional no se reduce a gestos diplomáticos: es una dimensión de la ética revolucionaria. Esa conexión entre la soberanía nacional y la emancipación global remite a una idea más profunda —la de una comunidad de pueblos indoamericanos conscientes de su destino común.
Eduardo Artés no habla desde la nostalgia ni desde la retórica de la derrota. Su lenguaje directo, a veces implacable, nace de una convicción: que sin soberanía no hay democracia, y sin valentía no hay emancipación posible. Frente al avance de las derechas serviles y el intervencionismo mediático, su voz recuerda que el socialismo, en América Latina, solo puede ser un solo socialismo, arraigado en la memoria y en la lucha de los pueblos.
“No hay que confiar ni un poquito en ellos”, dice sobre el imperialismo y sus cómplices. Tal vez esa desconfianza sea, en el fondo, una forma de esperanza: la que nace de saber que aún hay quienes no se rinden ante el poder y mantienen encendida la idea de una patria grande, libre y soberana.