Sugerencia: cuelguen en el armario su escepticismo y dense permiso de leer esta columna en clave de logro, de un resultado que, sin ser total ni perfecto, salvará miles de vidas, evitará que muchos cuerpos sufran mutilaciones y le permitirá a cientos de niños indígenas y campesinos jugar sin miedo.

Mañana 15 de octubre tenemos una cita en Puerto Asís, al sur de Colombia. En el marco de la mesa de diálogos por la paz el grupo armado Coordinadora Nacional Ejército Bolivariano (CNEB) decidió en un acto que muestra su compromiso con el desescalamiento del conflicto armado entregar 14 toneladas de material de guerra. Cordones detonantes, granadas, minas antipersona, explosivos regulares y hechizos que estaban en los departamentos de Putumayo y Nariño en poder de la Coordinadora, ya no le harán daño a la población: serán destruidos por especialistas del Ministerio de Defensa y de la Consejería de Paz, en huecos profundos y lugares técnicamente seleccionados. 14 toneladas de muerte salen de circulación y no podrán herir ni matar a nadie. La paz se abre camino desde la mesa, y la Coordinadora está cumpliendo lo pactado.

Las delegaciones del gobierno y de la CNEB saben que llegar a un acuerdo es la única posibilidad de proteger a las comunidades y acoger el mandato de la Colombia rural que poco importa en algunos sectores llenos de cíclopes y dogmatismos desconectados del dolor real.

La destrucción de 14 toneladas de material bélico, la creación de las zonas de ubicación temporal y capacitación integral y la sustitución de 30.000 hectáreas de cultivos de uso ilícito deberían darle esperanza a quienes trabajan por la vida sembrando flores o trasplantando corazones; a los que escriben canciones o textos de economía; a los empresarios y a los curas; a los soldados y a los periodistas. ¿Cómo no celebrar que se cumplan “hechos que salvan vidas”? No es un slogan: Son granadas que ya no explotarán en las manos ni en las puertas de nadie; son minas que no destrozarán cuerpos; son kilos de dinamita que no acabarán con vidas y caseríos.

No es el fin del conflicto, pero es un paso importante y usted y el señor que vende helados y el que dirige bancos tienen el derecho y el deber de saberlo. El 11º mandamiento debería ser no darle portazos a las cosas buenas que suceden; lástima que algunos críticos de oficio le hayan caído encima a esta noticia como perros bravos, desinformados y/o mal intencionados. Se entiende la incredulidad frente a las promesas, pero frente a los hechos, uno esperaría siquiera un poco de objetividad. Y pensar que, cuando todos los vasos se ven medio vacíos, quizá el medio vacío es uno, si no hace nada para llenarlos. Como es improbable que un sim-sa-labim exprés acabe con los círculos concéntricos de indiferencia, concentración de la riqueza, pobreza, inequidad y violencia, sería bueno que los destroyers internos y externos dejaran de mirar con tanto recelo -y muchas veces menosprecio- tres elementos indispensables en una mesa de paz: convicción, confianza y perseverancia, conductas que nos han permitido crear un vínculo, una fuerza positiva, transformadora y concertada, que el país ha necesitado desde siempre.

Y ahora, esperemos que los ministros y congresistas que tienen en sus manos el proyecto de ley 002 (tratamiento penal diferenciado y mal llamado sometimiento) sean capaces de reconciliarse entre ellos y con las comunidades porque son los territorios -no los partidos ni los egos- los que pagan las consecuencias de las decisiones tomadas en los centros de poder. Y precisamente al poder le queda poco tiempo para cumplirle a la conciencia y a la paz.

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Gloria Arias Nieto

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