Arribó Greta mientras Gaza sigue ardiendo
Apenas cruzó la puerta de llegadas internacionales, la multitud estalló en un coro que parecía empujarla hacia adelante: banderas palestinas, pancartas de “Free Palestine”, teléfonos arriba. Greta Thunberg avanzó con el paso corto de quien aún carga la noche encima. “Let me be very clear: there is a genocide going on in front of our eyes”, dijo ante cámaras, mirando a la prensa en el aeropuerto Eleftherios Venizelos. Y añadió —como si ordenara la brújula— que el foco no son quienes integraron la flotilla; el foco es Palestina.
La esperaba un aplauso de consigna y afecto. “La solidaridad no es un crimen”, se leyó/llegó a oír en los feeds griegos que transmitían su arribo; detrás de ese lema, la escena fue un abrazo colectivo para quien, pocas horas antes, era una joven deportada entre otras. En sus primeras palabras públicas tras salir de Israel, Greta repitió lo que ya había sostenido adentro: “estamos viendo un genocidio retransmitido en vivo” y “nuestros gobiernos ni siquiera hacen lo mínimo”. No habló de sí misma; insistió en el deber de actuar.
Hubo preguntas sobre el trato recibido en custodia. Greta, exhausta, eligió no regodearse en el daño: dijo que podría “hablar largo y tendido”, pero “no somos la historia; la historia es Gaza”. Ese descentramiento —que la prensa internacional recogió enseguida— convirtió un arribo en un emplazamiento ético.
Mientras tanto, en Gaza…
En los últimos cinco días la violencia no se ha detenido. Entre el 24 de septiembre y el 1 de octubre —la semana inmediata previa a esta jornada— el Ministerio de Salud de Gaza reportó 429 palestinos muertos y 1.556 heridos; y en las últimas 48 horas (desde el viernes por la noche hasta el domingo), al menos 36 personas más fueron asesinadas por bombardeos y ataques, según servicios médicos citados por Reuters. El acumulado que maneja AP hoy eleva la cifra total de fallecidos (que se pueden contar), desde octubre de 2023 a 67.160.
La Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) describe para esta última semana “bombardeos desde aire, tierra y mar” con ataques sobre edificios residenciales, mercados, carpas de desplazados y personas que esperaban ayuda, además de detonaciones controladas y fuego contra civiles recolectando leña. En una sola franja de días (26–30 de septiembre) OCHA enumeró, punto por punto, incidentes con decenas de muertos: familias enteras en viviendas, un mercado abarrotado en Nuseirat, un centro de desplazados y gente haciendo fila por comida.
El hambre sigue pasando factura: 455 muertes por malnutrición (151 niños) desde octubre de 2023, según el Ministerio de Salud de Gaza, con un deterioro visible en las últimas semanas. OCHA y Al Jazeera llevan meses registrando fallecimientos por inanición y episodios de personas muertas o heridas cuando intentaban acceder a la ayuda: 2.580 muertos y más de 18.930 heridos desde mayo entre quienes buscaban asistencia, de acuerdo con los datos consolidados por la ONU al 1 de octubre.
El flujo de alimentos sigue por debajo de lo necesario. En septiembre entraron “más de 6.500” camiones de comida por todas las rutas (humanitarias, bilaterales y sector privado), frente a más de 10.500 en febrero, durante el alto el fuego. Las cocinas comunitarias del norte pasaron de 29 activas (155.000 raciones diarias) a solo 8 (45.000) al 30 de septiembre —una caída de 70%—; la disponibilidad de pan es “muy limitada”.
La crisis sanitaria se agrava: 54% de los fármacos esenciales y 66% del material médico están a cero stock, con 45% de insumos de urgencia indisponibles; MSF anunció la suspensión de actividades en Gaza ciudad por intensificación de operaciones, y el CICR reubicó personal por la misma razón. Solo un punto médico de UNRWA sigue operando en la ciudad, con una capacidad 95% inferior a la de agosto (previo a la invasión terrestre).
En agua y saneamiento, el colapso es casi total: raciones de 15 litros por persona/día —el mínimo humanitario— frente a los 80–85 litros de antes de 2023; 0% de acceso a saneamiento seguro; 1,2 millones de personas expuestas a aguas residuales a menos de 10 metros de sus hogares; 900.000 viviendo entre basura sin recoger. Son condiciones perfectas para brotes y para “matar sin ruido”.
Pero en Atenas, la palabra ordena el foco
A la salida de su breve declaración, Greta volvió a lo esencial: “Israel está intentando eliminar a una población entera”; “esto es un genocidio transmitido en directo”; “los Estados tienen la obligación legal de actuar y detener su complicidad, incluso parando las transferencias de armas”. Subrayó que “no es una heroína”, que la noticia no son los deportados, que la noticia es Gaza. Y remató con la frase que hoy da título a esta crónica: “la solidaridad no es un crimen”.
La valentía de Greta no es performativa: ha aterrizado para aterrizarnos. No pide compasión; pasa la posta. Nos emplaza a no bajar los brazos, a no deshumanizarnos cuando el cansancio y la costumbre intenten volver “normal” lo que no lo es: una población exhausta, con hambre, sin agua, con medicamentos en cero, bajo bombas y con morgues desbordadas. Y a sostener, sin tartamudeo, que quien se planta frente al sufrimiento ajeno no comete un crimen: ejerce humanidad.