México, día de muertos, solidaridad y memoria

4 de noviembre 2025, El Espectador

Hace cientos de años, mayas, aztecas y mixtecas sentían que morirse no era algo trágico ni definitivo, sino un hecho natural en el ciclo de la vida. Por eso en las celebraciones a los muertos, se llenan de colores el rostro y los trajes de los vivos, y se llevan flores y amores y comidas con historia y juguetes consentidos a las tumbas de los que nunca se olvidan.

Antes de la llegada de los españoles, los indígenas celebraban el Miccailhuitontli en honor a las niñas y los niños difuntos; y el Hueymiccaílhuitl en homenaje a los muertos adultos y a los dioses del inframundo.

Luego se fusionaron las tradiciones ancestrales con las fechas católicas de los colonos y nació el día de muertos, la fiesta más bella, monumental y popular, la más llena de gratitudes en la cultura mexicana, declarada por la UNESCO patrimonio inmaterial de la humanidad.

Como un abrazo de la vida uno necesita ir a México y sentirlo en una trajinera de Xochimilco, o en un cayuco de Veracruz … Ir a México (y ojalá vivirlo) es conocer el espíritu de la tierra, el ADN del arraigo latinoamericano, la fuerza de mares y volcanes, las mujeres empoderadas luego de tantas violencias machistas.

¡Que nada pase desapercibido! Ni un alebrije, ni un escritor de cuentos, un gran muralista o un dibujante de bazar; que nada apague el tintineo de un cascabel llamador de ángeles, y no quede sola en el andén esa muñeca de tela cosida por niñas y abuelas; oigan el organillero y las llantas del triciclo con techo y corneta anunciando tambores de juguete y vírgenes de Guadalupe hechas con hojas de maíz. Recorran una plaza de mercado, las protestas en el Zócalo y el dolor del Tlatelolco del 68. Entren a las capillas con láminas de oro y a los changarros donde venden aguas frescas; pasen por el canasto de tacos y por las universidades donde estudian el hijo del tendero y del licenciado. Hay seis o siete sentidos vivos en museos, librerías, teatros y serenatas; en los muelles de Chapala y en los hospitales donde se aprende a salvar vidas; en los panaderos que amasan conchas, teleras y bolillos, y en los artesanos de todo lo que cabe entre los dedos y los hilos de la imaginación.

Hace unos días el ministro de Relaciones Exteriores de España reconoció que en la historia compartida con México “ha habido dolor e injusticia hacia los pueblos originarios”. El expresidente López Obrador le había exigido al rey Felipe VI que pidiera perdón a los mexicanos por los atropellos cometidos. Las declaraciones del ministro Albares quizá no son todo lo que AMLO hubiera querido, pero la presidenta Claudia Sheinbaum (una mujer que le ha demostrado a otros gobernantes que sí pueden coexistir humanismo y rigor científico, política, dignidad y diplomacia) afirma que es un primer paso importante en el reconocimiento de la verdad.

El sábado pasado por tercer año consecutivo, Martha Patricia Ruiz Anchondo embajadora de México en Colombia dedicó la celebración del Día de Muertos a los firmantes de paz y líderes sociales asesinados en Colombia, a las víctimas del genocidio contra la UP, a los desaparecidos por agentes del Estado, a las madres de los muchachos asesinados por la fuerza pública. Pidió por todas nuestras víctimas y porque en nuestros países la cultura de la paz se abra camino.

Gracias embajadora por abrirnos su corazón; gracias por un altar con fotos de Pepe Mujica, de Jaime Garzón, de Zapata, Juárez, Madero y Morelos, entre catrinas de papel, tenangos bellamente bordados y las flores de cempasúchil, las del sol, las que guían las almas y simbolizan que el amor perdura a pesar de la fragilidad de la vida.

Gloria Arias Nieto

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