El documental No Other Land me llevó a detenerme y reflexionar en algo que va más allá de Gaza, más allá de Israel y Palestina. Lo que vi no fue solo la destrucción de casas, ni familias resistiendo en medio de bulldozers y armas. Lo que vi fue la confirmación de algo más profundo, el ser humano ha sido programado por el sistema para olvidar que todos somos seres humanos. Los grandes discursos políticos hablan de tierras, de seguridad, de justicia, de historia. Pero en el fondo, detrás de todo, son muy pocos los que realmente buscan el bien. Muchas veces lo que se mueve detrás es el poder y el dinero. Y mientras unos pocos luchan por sostenerlo en sus manos, los inocentes mueren. Niños sin casa, madres que entierran a sus hijos, jóvenes que ya no conocen un día sin miedo… ellos son el precio de una dinámica en la que nunca pidieron participar.
Textos antiguos nos recuerdan que la verdadera batalla no es contra carne y sangre, sino contra fuerzas que se ocultan detrás de sistemas e ideologías. Cuando vemos Gaza —o cualquier otro lugar donde reina la violencia, sea guerra o narcotráfico— entendemos que esas fuerzas no son fantasía, son reales, se disfrazan en políticas que dividen, en economías que devoran, en discursos que justifican la destrucción. Lo terrible es que este olvido de lo humano no se queda en Gaza. Nos atraviesa a todos. Cada día, en nuestras ciudades y en nuestro entorno, dejamos de mirar al otro como persona y lo reducimos a competencia, amenaza, número o estorbo. El sistema global parece diseñado para eso, dividirnos, enfrentarnos y distraernos, mientras seguimos alimentando a un dios que no es Dios, sino el dinero.
El documental me recordó algo que no podemos perder, más allá de fronteras, religiones y sistemas, cada vida humana es sagrada. Y cuando dejamos de reconocerlo, nos hundimos en una decadencia silenciosa que ya no sabemos si podemos detener. Quizá no podamos cambiar el mundo entero, pero sí podemos resistir el olvido. Recordar que todos, incluso aquellos a quienes el sistema etiqueta como enemigos, somos seres humanos. Porque solo desde ahí, desde el reconocimiento del otro como hermano, puede empezar una verdadera paz.