Resistir para existir
Resistir para existir

Una deuda moral con los pueblos indígenas en aislamiento voluntario

Hay informes que no solo informan: interpelan. El reciente informe de Survival International, “Resistir para existir”, dedicado a los pueblos indígenas en aislamiento voluntario, es uno de ellos. No es un documento más. Es un grito contenido, una advertencia y, al mismo tiempo, una lección profunda para una humanidad que parece haber olvidado cómo convivir con la Tierra sin destruirla.

Los pueblos indígenas que han elegido el aislamiento voluntario no lo han hecho por capricho ni por romanticismo primitivista. Lo han hecho porque la historia les ha enseñado —con sangre, epidemias y expulsiones— que el contacto con la llamada “civilización” suele significar muerte. Su decisión es un acto consciente de supervivencia, una forma de resistencia silenciosa frente a un mundo que avanza arrasándolo todo.

Estos pueblos demuestran algo que incomoda profundamente al modelo dominante: es posible vivir sin la voracidad de la sociedad de consumo, sin la acumulación constante, sin la explotación infinita de recursos. Viven en equilibrio con sus territorios, conocen los ciclos de la selva, los ríos y los animales, y toman solo lo necesario para subsistir.

No son “pobres”, como a menudo se les etiqueta desde miradas coloniales. Son ricos en conocimiento, en relación con la naturaleza, en cohesión comunitaria. Su mera existencia desmonta el relato de que el progreso solo puede construirse desde el crecimiento económico ilimitado.

Pero esta forma de vida solo es posible si se les deja vivir en sus territorios. Y ahí radica el núcleo del problema.

Deforestación y minería: la invasión que no cesa.

El informe de Survival International documenta con claridad cómo la deforestación, la minería, las explotaciones madereras, petroleras y agroindustriales están cercando cada vez más a estos pueblos. Sus territorios se reducen, se fragmentan, se contaminan. Los ruidos de las motosierras y las excavadoras sustituyen al canto de los pájaros. Los ríos se envenenan con mercurio. La caza desaparece.

Cada hectárea destruida no es solo un daño ambiental: es una amenaza directa a su supervivencia física y cultural. Cuando se arrincona a un pueblo aislado, se le empuja al contacto forzado, al hambre o a la desaparición.

No estamos hablando de hechos inevitables. Hablamos de decisiones políticas y económicas, de gobiernos que miran hacia otro lado y de empresas que anteponen el beneficio al derecho a la vida.

Imagen cedida por Survival España

El contacto forzado: epidemias que pueden exterminar pueblos enteros.

Uno de los aspectos más graves —y a menudo ignorados— es el riesgo del contacto con personas externas, ya sea por trabajadores, colonos ilegales o, de forma especialmente preocupante, por misioneros evangélicos que intentan entrar en estas comunidades para “convertirlas”.

La historia es clara y brutal: una simple gripe puede exterminar a un grupo entero. Estos pueblos no tienen defensas inmunológicas frente a enfermedades comunes para nosotros. El contacto no es un encuentro cultural; es, muchas veces, una sentencia de muerte.

Forzar el contacto en nombre de una supuesta salvación espiritual es una forma de violencia. No es ayuda. No es amor al prójimo. Es colonialismo revestido de fe.

Imagen cedida por Survival España

Survival International: una lucha imprescindible.

En este contexto, el trabajo de Survival International es imprescindible y valiente. Desde hace décadas, esta organización defiende un principio tan simple como revolucionario: los pueblos indígenas tienen derecho a existir, a decidir y a vivir sin ser molestados.

Survival no habla por ellos: amplifica su voz. Denuncia, documenta, presiona a gobiernos y empresas, y recuerda al mundo que estos pueblos no son reliquias del pasado, sino sociedades contemporáneas con derechos plenos.

Su lucha es incómoda porque señala responsabilidades concretas. Porque no se queda en la retórica. Porque exige protección real de los territorios y el respeto absoluto al aislamiento voluntario.

Imagen cedida por Survival España

Proyecto Gran Simio y el compromiso con los pueblos indígenas.

Desde Proyecto Gran Simio, siempre hemos entendido que la defensa de los grandes simios, la biodiversidad y los pueblos indígenas forma parte de una misma lucha ética. No se puede proteger la naturaleza sin proteger a quienes han sido sus guardianes durante milenios.

Hemos apoyado y seguiremos apoyando la causa de los pueblos indígenas en su lucha por la supervivencia, porque su desaparición no sería solo una tragedia humana: sería una derrota moral para toda la humanidad.

Cuando desaparece un pueblo aislado, no solo perdemos una cultura. Perdemos una forma distinta de entender la vida, el tiempo y la relación con el planeta. Cuando se viola los derechos humanos a pueblos indígenas que si han querido participar en la sociedad y que sin embargo se les niega su cultura, se les odia mediante un racismo anclado en las instituciones, se les aíslan en sus comunidades sin tener derechos básicos al agua, a la salud, a la educación, estamos también hablando de un genocidio silencioso amparado por los ciudadanos y aplaudido por los políticos.

Imagen cedida por Survival España

Un llamamiento a la conciencia internacional.

Se hace necesario un llamamiento urgente a la conciencia internacional que en muchas ocasiones mira hacia otro lado. Una apelación que debe ser clara y sin ambigüedades ante los tribunales de justicia.

A la Organización de las Naciones Unidas: no basta con declaraciones, resoluciones o días internacionales. Los pueblos indígenas en aislamiento voluntario necesitan protección efectiva, inmediata y vinculante. Sus territorios deben ser declarados intocables, con mecanismos reales de vigilancia y sanciones internacionales para los Estados que permitan invasiones, explotación o contactos forzados. La neutralidad, en este caso, también mata.

A los Estados donde habitan estos pueblos: ellos son responsables directos de su supervivencia. No pueden seguir escudándose en la falta de control, en intereses económicos o en supuestos proyectos de desarrollo. Permitir la deforestación, la minería ilegal o la entrada de misioneros es una violación grave de los derechos humanos. La soberanía no otorga derecho a exterminar culturas enteras.

A los grupos conservacionistas y ambientalistas, para que unan fuerzas en la defensa de todos los pueblos indígenas, especialmente los más vulnerables: los que no pueden defenderse porque han elegido el silencio como escudo.

La comunidad internacional debe entender que proteger a los pueblos indígenas en aislamiento voluntario es proteger a la humanidad de sí misma. No se trata solo de salvar vidas ajenas, sino de preservar los últimos espejos donde aún se refleja una relación equilibrada con la Tierra.

El informe “Resistir para existir” nos recuerda algo esencial: aún estamos a tiempo de elegir entre la destrucción o el respeto. Entre imponer nuestro modelo o aceptar que no somos el centro del mundo.

Pero no nos engañemos: si estos pueblos desaparecen, no será por fatalidad ni por azar, será por nuestra cobardía colectiva, por nuestra complicidad silenciosa y por haber permitido que el beneficio económico valga más que la vida.

La historia no nos juzgará por lo que dijimos sentir, sino por lo que hicimos —o dejamos de hacer— cuando aún había tiempo. Proteger a los pueblos indígenas en aislamiento voluntario no es una opción ética más: es una obligación moral ineludible. No necesitan contacto, no necesitan religión, no necesitan progreso impuesto. Necesitan territorio, respeto y silencio.

Si permitimos que sean exterminados, habremos perdido algo irrecuperable: la prueba viva de que otra forma de habitar el planeta era —y es— posible. Y entonces, cuando la última selva caiga y el último pueblo libre sea silenciado, ya no podremos decir que no sabíamos. Porque ellos resisten para existir.

La pregunta es si nosotros seremos capaces de existir sin destruir.

Pedro Pozas Terrados

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